IRA INJUSTIFICABLE
No podemos dejar de mirar la otra cara de la moneda. ¿Cuándo es
injustificable el enojo?
Cuando la ira nace en motivaciones
incorrectas.
Cuando la mayoría de las personas estudian la parábola del hijo pródigo,
generalmente dejan de observar al hijo que quedó en la casa. El hijo mayor
no compartió la alegría del padre cuando su hermano retornó. Observa el
resultado de su celo injustificado: «Tú sabes cuántos años te he servido, sin
desobedecerte nunca, y jamás me has dado ni siquiera un cabrito para hacer
fiesta con mis amigos. En cambio, ahora llega este hijo tuyo, (no
lo llamó ‘mi hermano’; estaba tremendamente enojado), que ha malgastado tu dinero con
prostitutas (¿Cómo sabía eso? La Biblia no nos dice que su hermano visitó prostitutas.
Es posible, pero cuando se está enojado y celoso, uno exagera la historia),
y matas para él el becerro más gordo» (Lc. 15.29-30)
Cuando nos ponemos celosos de otra persona, nuestra respuesta es
generalmente enojo, especialmente si la otra persona recibe alabanza,
ascenso o atención por parte de otros.
Otro ejemplo podría ser el del rey Nabucodonosor, quien requirió
que todo el mundo adorara una inmensa estatua de oro, que posiblemente lo
representaba. Los tres amigos de Daniel rehusaron adorar la estatua y
Nabucodonosor respondió con furia e ira (Dan. 3.13).
Cuando las cosas no caminan como queremos.
Jonás se enojó cuando la totalidad de la
ciudad de Nínive, tal vez medio millón de personas, se arrepintieron.
Jonás fue un profeta pero también un racista. No quería que
Nínive se arrepintiera; quería que fuera consumida. Y se enojó cuando las
cosas no salieron como él quería.
Entonces, el Señor le preguntó: «¿Te
parece bien enojarte así?» (Jon. 4.4). Pero Jonás se fue a
las afueras de la ciudad, rehusando contestarle al Señor. Se sentó debajo
de una linda y frondosa enramada para alegrarse con la sombra y olvidarse
de Nínive. Pero un pequeño gusano se comió la planta. Jonás herido por el
sol, le pidió a Dios que le quitara la vida.
Entonces Dios le dijo a Jonás: «¿Te
parece bien enojarte así porque se haya secado la mata de ricino?» (Jon.
4.9).
Este hecho nos trae a un punto muy práctico. Realmente queremos
que las cosas se hagan según nuestro deseo.
Aquí es donde el cristianismo es puesto en la trampa. La
verdadera prueba no es durante el culto del domingo. Es en la noche del
viernes, en el restaurante, cuando las cosas no son como queríamos.
Una de las mejores formas que conozco para no enojarse cuando
las cosas no se dan como uno quiere es tener buen sentido del humor.
Cambiar los momentos malos en pequeñas diversiones. (El fruto del Espiritu Santo, amor, gozo.....
Es bueno orar para que el Señor nos guie y nos de paciencia y
confiemos en El porque todas las cosas nos ayudan a bien según su Palabra.
Dios parece premiarnos con bien y experiencias deliciosas cuando
nos movemos con alegría a través de esos momentos que no son como
quisiéramos. La elección es nuestra. Si elegimos sentirnos ofendidos,
porque las cosas no salen como queremos, entonces viviremos constantemente
bajo el filo de la ira.
Pero si nos decimos a nosotros mismos: «Un corazón feliz es una
buena medicina», todo será distinto.
Cuando reaccionas demasiado pronto, sin
investigar los hechos.
La Escritura dice: «Vale más terminar un asunto que comenzarlo. Vale más
ser paciente que valiente. No te dejes llevar por el enojo, porque el enojo
es propio de gente necia» (Ec. 7.8-9). Santiago escribe: «todos ustedes
deben estar listos para escuchar; en cambio deben ser lentos para hablar y
para enojarse» (1.19).
Mostrar un espíritu paciente y escuchar el final del problema es
mejor que sólo oír el comienzo. Si deseamos en nuestros corazones estar
enojados, somos tontos.
Me preocupa que vivimos a un paso rápido y asolador. Cuando lo
agendado no se puede cumplir, el tonto responde instantáneamente con enojo.
Se venga, pelea. Pero el escritor de Eclesiastés dice: «Si
lo haces, eres un necio».
Es asombroso cuándo mas pacientes somos mas quietud tendremos.
Desarrolla el arte de la quietud. Apaga los aparatos, incluyendo
la televisión. Aíslate de todo durante una tarde completa. Deténte. Nunca
seremos hombres y mujeres de Dios sin experimentar algo de soledad.
Es allí donde los grandes del pasado nos sobrepasan. Hombres y
mujeres que caminaron con Dios lo hicieron porque su profundidad de vida
fue cultivada en el silencio. Parte de la razón, padres, por la cual somos
muy irritables en nuestros hogares es que estamos viviendo apresuradamente.
Proverbios dice: «Más vale ser paciente que
valiente; más vale vencerse uno mismo que conquistar ciudades» (16.32).
IRA VENCIDA
En el libro de Proverbios, Dios ofrece cuatro directivas
específicas para luchar con la ira:
Primero, aprende a ignorar pequeñas
diferencias.
«La prudencia consiste en refrenar el enojo, y la
honra, en pasar por alto la ofensa» (19.11). A los ojos de
Dios es honra si eres lo suficientemente grande como para dominar la
ofensa. No estés a la defensa de tus derechos. Está ansioso por dar.
Proverbios 17.14 esencialmente dice lo mismo: «Río
desbordado es el pleito que se inicia; vale más retirarse que complicarse
en él».
Se necesitan dos para pelearse. Si ves
que se acerca un desacuerdo, escápate. Aprende a ignorar pequeñas
diferencias.
Segundo, evita asociarte con personas de
carácter enojadizo.
Nuevamente
Proverbios: «No te hagas amigo ni compañero de
gente violenta y malhumorada, no sea que aprendas sus malas costumbres y te
eches la soga al cuello» (22.24-25).
Nos volvemos como esas personas con quienes pasamos nuestro
tiempo. Si me rodeo de personas negativas, me vuelvo negativo. De la misma
manera, si paso tiempo con rebeldes, me volveré rebelde e iracundo.
Tercero, mantén refrenada tu lengua.
Más de un hecho escandaloso, cualquier acto inmoral, cualquier
acción financiera poco sabia, que rompe la quietud de la iglesia puede ser
por una lengua no refrenada.
Washington Irving dijo: «La
única herramienta que se afila con el uso es la lengua». De Proverbios:
«La respuesta amable calma el enojo; la respuesta
violenta lo excita más» (15.1) y «Él que tiene cuidado de lo que dice,
nunca se mete en aprietos» (21.23).
Cuatro, cultiva la honestidad en la
comunicación.
No
permitas que la ira crezca. Mira cuidadosamente Proverbios
27.4-6: «La ira es cruel, y el enojo destructivo, pero los celos son
incontrolables. Vale más reprender con franqueza que amar en secreto. Más
se puede confiar en el amigo que hiere que en el enemigo que besa».
Efesios 4.25 agrega: «Por lo tanto, ya no mientan
más, sino diga cada uno la verdad a su prójimo, porque todos somos miembros
de un mismo cuerpo».
No hay sustituto para la abierta honestidad, si se habla en amor.
Dejar que el enojo hierva sobre el quemador de atrás sólo permite que la
tapa de la olla silbe más tiempo.
|